Archivo de 21 de noviembre de 2009

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Calígula (Albert Camus). Compañía L’Om Imprebís

Calígula

La oportunidad de haber visto la representación de Calígula en el Teatro Barakalado (Vizcaya) por la compañía L’Om Imprebís,  de la que no cabe hacer más que el mayor de los elogios, me ofrece la ocasión de rememorar mi primer contacto con la obra de A.Camus.

Corrían los años 70 en León. Un año antes, actuando y dirigiendo el grupo escénico de la  Escuela de Magisterio, tuve ocasión de participar también en la formación de otro grupo teatral para el que, a la sazón, propuse el nombre inicial de Experimental Grutélipo y que luego continuaría su andadura como Grutélipo (acrónimo de Grupo Teatral Libre Popular). Fue con este grupo con el que, particicipando en el montaje de Los justos,  alcancé a entrar en contacto con la obra del premio Nóbel.

La obra Los justos, en las postrimerías de la dictadura franquista, la leíamos los jóvenes como un alegato contra dicha dictadura y a favor de la subversión y el enfrentamiento al sistema. La identificación con los ideales del grupo terrorista que protagoniza el atentado que terminará violentamente con la vida del Gran Duque Sergio de Rusia, creo que estaba por encima de la crítica al modo de hacer la revolución, de buscar la justicia y la libertad, que con notable acierto expone  A.Camus.  A mí me correspondió  interpretar en esta obra el papel del joven poeta Kaliayev, encargado de arrojar la primera bomba que acabaría con la vida del gran duque, y el que -en un primer intento- no lo hará,  dejando pasar el carruaje,  porque en el mismo viajaban dos niños que lo acompañaban al teatro.

En Calígula, al igual que En Los justos, aparecerá también la figura del poeta que sufre en sus propias carnes, como el resto de los patricios, la crueldad desmedida del emperador al ordenar el asesinato de su padre,  pero que -aún manteniendo una actitud crítica frente al poder y participando en las conspiraciones para terminar con el autócrata- no justifica la eliminación violenta del mismo y conserva un aprecio por el hombre,  odiando al personaje Calígula. Cuando Calígula perece a manos de los patricios conjurados, el poeta estará lejos.

La debilidad de A.Camus por la poesía le hace, al parecer, concederle el estatuto de protagonista en una revolución de corte humanista de la que descarta la violencia,  la injusticia y el crimen como medios para erradicar la misma violencia, conseguir la justicia y abrazar la libertad.

Además de contraponer a la sociedad corrupta, violenta, ambiciosa y egoista,  la imagen del dictador como el de  su propio rostro reflejado en el espejo de todo lo que representa ejercer el poder sin escrúpulos en beneficio propio o en nombre de ideales justicieros,  A.Camus ahonda en todos los sentimientos humanos como motores de la acción,  tales como el odio, el miedo o el amor, y expone cuál es el resultado al que se llega cuando la motivación de los intereses económicos está por encima de los intereses humanos en una sociedad.

Resulta sorprendente la frescura con que se leen estos textos y se ven en escena -sobre todo si vienen servidos por compañías de la talla de L’Om Imprebís-  los trabajos del premio Nóbel francés de origen argelino,  muerto en accidente de tráfico en 1960 cuando contaba 46 años de edad.  Sorprendente y preocupante por su innegable actualidad.  Pero,  aunque superásemos algunas de las contradicciones expuestas en las que vivimos sumergidos, la obra de Albert Camus ofrecerá siempre elementos para la reflexión y la oportunidad de conocernos mejor y hallar el modo de mejorarnos y mejorar la sociedad.  Por eso, al igual que las grandes tragedias del clasicismo, su obra ya es inmortal.

González Alonso




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