No se entiende este tiempo; los ojos desorbitados
y la muerte trazando fronteras en tiros
de desconcertados
sentimientos; la piel reseca
y la sed y el hambre columpiándose en el miedo
de la mirada de los niños. Qué tierra
es ésta, qué paraiso de ambiciones
nos asola.
¡Ay, Señor!
Si a mis labios impíos asciende una oración
desesperada, a mi boca llegan palabras
confundidas; si en mi corazón alienta
la última esperanza de rezar
es que todo se ha perdido,
la amargura ha sembrado en campos ayer fecundos
y la sal de las lágrimas es la última riqueza
en páramos de futuro.
No encuentro en este tiempo las palabras; aquellas que anidaban
la fronda
de los años de juventud
ya volaron en confusión de días y horizontes;
no cabe en un pecho descreído más fe
de solidarios abrazos;
sólo queda mirar
hasta cegarse los ojos,
volver la vista –si puedes todavía- a la vida; sonreir
a tus hijos
todavía inocentes de estos crímenes,
contemplar el cielo que nos cubre a todos por igual. Es lo último
que puedo decir
antes que la memoria se extravíe en sombras de locura,
estallen los ecos de la muerte su metralla
en tus oídos
antes que tu lengua ahogue tu garganta
y tu cuerpo sea inerte
y pesada,
amarga,
estatua de sal.
Julio G. Alonso
De las muertes, las que traen la violencia y la guerra son las menos comprensibles, las más crueles, son las que dejan muertos en los campos de batalla, en las cunetas de las carreteras, debajo de las bombas, en la punta de pistola del asesino; y las que dejan muertos en vida y cadáveres sobre la memoria de las generaciones. Nunca es suficiente gritar contra la guerra.
Poema publicado en el número 4 de la revista multitemática Alkaid (segundo trimestre de 2009.-Valladolid) que dirige Pilar Iglesias de la Torre.
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