Odiseo

 

El retorno de Odiseo a Ítaca.

Qué temor, viajero, detiene ante la puerta tus precavidos pasos
y lleno de inquietud desde el umbral tus ojos
escrutan del cavedio los rincones obscuros;

descalza las sandalias y a los pies da descanso
con agua perfumada de las frescas jofainas
y descargando el alma de onerosos presagios
acepta de esta casa la hospitalidad servida.

Háblanos, sin temor, de la ancorada nave
arrumbada a las costas por la mar procelosa
y dinos de qué patria y destino, los dioses
entregaron airados a este lado del agua.

¿No fuisteis, por fortuna, en ofrendas generosos?
¿No alzasteis a los altares en aromadas hogueras
las alabanzas debidas en cánticos y oraciones?
¿No quiso la ventura a los divinos ojos
vuestra vida agradable contemplar complacientes?

No temas, extranjero, y con el polvo de la túnica
deja que sea el vino servido de estas cráteras
quien libre los recuerdos que al espíritu atormentan
y conturban los sentidos con insidiosas sombras
llenas de pesadumbre y amenazas etéreas.

Desnuda, pues, el cinto de la afilada espada
y del hombro descarga el carcaj con las flechas
que tu arco certero conducirá en la batalla
con mensajes de muerte hasta la mitad del pecho.

Acepta, viajero, con las manos que te ofrezco
la paz que a la sombra de estos muros te acoge.
Desde el sitial del ágora dinos si por ventura
eres quien el aedo en célebres versos canta;
el que llegado a las costas de la consagrada Ítaca
de los príncipes que hollando sin dignidad tu casa
y entregados sin pudor a la ambición más soberbia
castigará sin piedad la obstinada insolencia.

Soy, en verdad, quien dices y a quien de tu casa ofreces
con generosa largueza la amistad en tus manos
y de tu espíritu alto hospitalidad tan pródiga;
de Poseidón airado las espantosas olas
empujaron mi nave extraviada a tus costas
y en las finas arenas de las horas de Cronos
se encuentra ahora varada sin movimiento posible.

Soy el que vio cegarse el sol cuando los héroes
vencidos entregaron su aliento ante los muros
de Troya atacada por los bravos argivos
y olvidados de los dioses murieron con sus armas
alejados de su siempre mirada protectora;
el que dices soy, ay, deudor de mi destino
y el que sin tregua navega los cursos del Egeo
pues impaciente espera la hora señalada
en que el castigo abrume en sombras la impudicia
de los que, vivo aún, deshonrando están mi muerte
y sobre mi hogar se aprestan volando con codicia
a devorar mi hacienda como buitres hambrientos.

¿No merecen los griegos una patria más justa?
¿Acaso es sólo castigo dirigido a Odiseo?
¿No es suficiente, acaso, de la mar confundida
sortear los peligros del corpulento cíclope
y las suaves sirenas con engañosos cantos?

Oh rey que así nos hablas y con razón exhortas
desnuda de mentira y en todo extremo justa;
toma de nuestras ánforas el más dulce de los vinos
que las doncellas te ofrecen con la frente humillada
reservado a los héroes y el altar de los dioses
y prosigue luego tu camino oceánico
que te conduzca a Ítaca con nuestras bendiciones
que, cuando el sol un día amaneciendo rojo
se lave en azul cielo sus ardorosos rayos,
sabremos que el camino que conduce tus pasos
habrá por fin concluido y con justos motivos
elevarán sus copas los griegos celebrando
entre cantos alegres y la ofrenda de toros
la instaurada justicia en las rectas costumbres.

González Alonso

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De la vida, el amor y el conocimiento.

El hombre de Vitruvio. Leonardo da Vinci.

Del tiempo no es el tiempo lo que siento
medido en horas, días y semanas,
ni los sueños perdidos, ya sin cuento
en largos años de esperanzas vanas;
es algo más profundo, como un viento
que sopla desde edades muy tempranas
con el saber que explica los asomos
de cuanto creo ser y lo que somos.

No es la muerte razón para la pena,
sino el vivir sin más razón la vida
lo que nos hace darla por perdida
en cuanto perseguimos sin valor,
lisonjas vanas, falsos oropeles
que así cegando nuestro entendimiento
despojan del cabal conocimiento
a la vida vivida sin amor.

No es banal el mirarse en otros ojos
ni aprender a leer los astrolabios
y limpiar la cultura y los abrojos
que estorban el camino de los sabios;
no es baladí el amor y sus antojos
que en besos se pronuncia en nuestros labios,
pues amar es saber, y el dulce vino
que hace feliz la vida en su camino.

Concluyo, pues, al cabo de este tiempo
que vivir no es el éxito o fracaso,
ni la felicidad se halla en el caso
de la ambición por más cosas tener;
que sin amor hay sólo frío yermo,
obscura vida hay sólo en la ignorancia
y dejo al fin así, aquí constancia:
vivir es el saber y es el querer.

Julio G. Alonso

El poema está escrito en Octavas Reales (Octava Rima) y Octavas Italianas (Octava Aguda), de forma alterna. El origen de ambas estrofas es italiano, introduciéndose en España la Octava Real en el siglo XVI y llegando la Octava Italiana en el siglo XVIII. Ambas estrofas están formadas por endecasílabos (11 sílabas) y tienen rima consonante (coincidencia de vocales y consonantes a partir de la sílaba tónica de la última palabra del verso). Consta cada estrofa de ocho versos.

La Octava Real u Octava Rima sigue una rima alterna en los seis primeros versos, terminando con un pareado en los dos últimos: A-B-A-B-A-B-C-C

La Octava Italiana u Octava Aguda se forma haciendo rimar los versos 2º y 3º entre sí, y con rima diferente los versos 6º y 7º. El primer verso queda libre y los versos 4º y 8º también rimarán entre sí, pero con rima aguda (las palabras finales de estos versos han de ser palabras agudas): A-B-B-C-D-E-E-C

Dos+mujeres+corriendo+sobre+la+playa+Picasso[1]

La montaña de la mina

La montaña de la mina. (Foto de la red)

La sonrisa rellena un poco la tristeza de su cara
y mira a los ojos de la montaña con la paz gris de sus iris
llenos de madrugada.

Lloran las laderas brumas de lágrimas y faedos
en el camino de la hulla; el trueno
de la dinamita, y el semblante pálido. No sé
si sabrás mantener en su sitio las alfombras,
si las pisadas murmurarán pasos anudados al suelo
o los fogones arderán los carbones de la vida
y los pucheros. Miras
por la ventana con miradas quietas y las manos
quietas, anatomías de luces agrisadas de ceniza y lluvia;
la niebla humedece los cabellos del alba
y tus ojos grises acogen la ausencia ungida del silencio
que te viste. No vendrá
nunca más; por el sendero estrecho del monte
se perdieron sus pisadas. El abrazo gigante
de oso verde y negro te robó su abrazo
en lo obscuro de los carbones de la mina.

Eras bella
ante la muerte y la luz de una mañana
en tus ojos tan grises. Extrañamente bella
ante la sediciosa ambición de la montaña.

González Alonso

Futuros difuntos.(Eusebio Calonge) Compañía La Zaranda.

Futuros difuntos.-La Zaranda

He podido leer numerosos comentarios y críticas sobre esta magnífica pieza teatral; todas han tocado aspectos reseñables de manera inteligente, pero todas han pasado por alto lo más obvio y a la vez sustancial, lo medular de la obra, que es, a mi entender, cómo este trabajo nos mete de bruces en el espinoso asunto de la organización de las relaciones humanas en las sociedades  y en todo aquello que  hace posible y tolerable la convivencia: cómo se articula el poder y quién manda. Ese es el tema y el drama.

Hablar de poder y de mandar puede puerilmente remitirnos a ideas sobre la naturaleza del autoritarismo, de las dictaduras o las autocracias. Nada de eso. Cualquier sociedad moderna, democrática, liberal, progresista, capitalista o comunista, está asentada en una organización del poder y la delegación -de grado o por fuerza- de la autoridad en algunos individuos, ciudadanos y partidos políticos que organizarán la convivencia, mandando. Hasta la más utópica sociedad libertaria no podría serlo sin este requisito para que verdaderamente sea la Anarquía la máxima expresión del orden, como expresó Eliseo Reclús. Incluso para el orden, reclamará Proudhon la máxima dignidad e importancia al afirmar que  la libertad no es la hija, sino la madre del orden. Conviene, al efecto, no juzgar de forma maniquea estos conceptos de orden, libertad, mandar y poder.

El texto de Eusebio Calonge nos remite a un país en el que hasta ese momento la convivencia estaba organizada por un dictador que ejercía una autoridad sin escrúpulos y en el  vacío de poder que sobreviene tras su muerte. El mundo de los locos y el manicomio como institución serán los materiales con los que construir este discurso áspero sobre el poder. Tal vez por la plasticidad que brindan, el dramatismo consecuente a la duda que sobre lo verdadero y lo falso representa la conciencia del loco; también porque tememos la palabra del loco, de quien se asegura que dice la verdad desnuda de lo que ve, liberado de las trabas racionales y el temor a las consecuencias por lo que dice, de las que no pueden escapar los cuerdos, o porque -sea como sea- vivimos al dictado de las opiniones que se nos imponen desde los medios del poder constituido: gobiernos, partidos políticos, organizaciones no gubernamentales, radio, televisión, prensa, la red o internet, etc. Parece que pensamos y opinamos, pero no deja de ser algo ilusorio, de tal modo que podemos reconocernos sin demasiados ascos en un verdadero mundo de locos en el que vamos haciendo lo que se nos va dictando.

Ocurre, no obstante, que si en una sociedad, un país, el gobierno del mismo duda de que manda, entre los mandados se extenderá inexorablemente la incertidumbre  de que realmente mande, y se abrirá una brecha en la confianza, creciendo la duda sobre las opiniones de quienes mandan y su validez o necesidad de aceptarlas.

Tengamos en cuenta  que mandar es, sobre todo, sustentar una opinión y cargar o poner en manos de alguien algo que hacer (1) Se trata, siguiendo a Ortega y Gasset, de disponer de un sistema de opiniones, ideas, preferencias, opiniones y propósitos, desde los que mandar.

En la obra Futuros Difuntos se produce la desaparición del director de la institución. En el manicomio no hay nadie que mande (2) y ocurre lo que también Ortega y Gasset describe que ocurriría en cualquier escuela de la que desaparece el maestro; los alumnos, viéndose y sintiéndose libres de nadie que les mande, se expresarán a su gusto, dejarán sus trabajos, se entregarán -en fin- a la cabriola, que es -justamente- lo que les ocurre en un primer momento a los locos de la obra de E. Calonge. Pero pasado un tiempo, sin nada que hacer, surgirá el aburrimiento, el vacío, el desconcierto, y ya nada funcionará. Los locos desempolvarán sus antiguos trajes, rememorarán sus historias más antiguas, se preguntarán quién les va a dar de comer, quién les va a dirigir, incluso acariciarán la idea de ser dueños de su propio destino, y cuando se entregan a ello, volverán a repetir los mismos errores, erigirán tiranos, harán revoluciones, pasarán por la guillotina a otros autócratas, intentarán democracias y ensayarán guerras que finalmente les conducirán a la autodestrucción y la muerte en la lucha por el poder.

El pesimismo de esta obra no es más que un grito desgarrador llamando a la conciencia colectiva a estar alerta sobre lo que significa el poder, la libertad y la organización en libertad de ese poder. Resulta clara y dramáticamente reconocible la historia de España en todo el discurso teatral, con un manejo de la ironía que roza el sarcasmo en ocasiones, con una interpretación desgarradora, esperpéntica al más puro estilo de Valle Inclán, en ocasiones instalada en el teatro del absurdo o sin salir de sus espacios, según se mire. Pero si la realidad española ha servido y hecho los mimbres de la creación literaria, su mensaje no deja de ser universal -de ahí la grandeza de este texto- y cualquier pueblo, nación o país, puede reconocerse en él y aprender de él.

Cómo no mencionar, sería imperdonable, el trabajo de los tres actores que recrean este mundo de locos visto con tanta lucidez desde la obra teatral de Eusebio Calonge. Estos actores,  Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos, son merecedores de todo el reconocimiento y los aplausos a los que renunciaron en la representación del Teatro Barakaldo (Vizcaya) el pasado día 9, dejándonos ir, abandonar la sala, con unas lúgubres campanadas de fondo. Genial. Creo que hay trabajos a los que engrandece la interpretación. Este es el caso de la puesta en escena por el grupo teatral La Zaranda (Cádiz). En una entrega total, sin dejar decaer ni un instante el ritmo, atrapan al espectador, lo zarandean y sacuden y lo ponen frente a cada situación y cada encrucijada, ayudándonos a encontrar la clave y la solución a la desolación de la muerte y la destrucción, que es ayudarnos a encontrar una opinión propia sobre la que sustentar nuestra cabeza y el funcionamiento de la maquinaria de nuestra sociedad. O de lo contrario, sí seremos los futuros difuntos.

González Alonso

(1) Mandar es dar quehacer a las gentes, meterlas en su destino, en su quicio: impedir su extravagancia, la cual suele ser vagancia, vida vacía, desolación
(2) El que manda es, sin remisión, cargante [  ] Tal vez cansados de tanto cargarles y que les encarguen, pueden las gentes sentir como una fiesta la ausencia de que manda. Pero la fiesta dura poco y pronto las mismas gentes sentirán su vida en pura disponibilidad, de tal modo que -como ocurre desde hace mucho tiempo con la juventud- de puro sentirse libres, exentos de trabas, se sienten vacíos, porque vivir es tener que hacer algo determinado, es cumplir un encargo, y en la medida en que eludamos poner a algo nuestra existencia, evacuamos nuestra vida.
(Ortega y Gasset: La rebelión de las masas)

Si al nombrar la belleza.

Cuerpo de mujer.

Si al nombrar la belleza de tus hombros,
detener la mirada en tu cintura,
ascender a tu boca y a tus besos
en mis manos se enredan las caricias;

si mis labios se posan en tu cuello
y avaros corren con mayor codicia
sedientos de la piel de tu garganta,
pórtico de tus pechos, suaves dunas
y en las arenas de mis sueños, risas;

si ya mi rostro hundido en tus contornos
y en el sedoso espacio de tu pubis
eres besos en labios de amapolas
que en alzado placer vuela mi lengua;

ábrete, amor, con todos los sentidos
y en la pasión del pulso estremecido
déjate desatar por la locura
envuelta en sal y miel y mariposas.

Julio G. Alonso

El tema erótico del poema se desarrolla en un estilo directo y explícito, aunque he pretendido resultar sugerente sin caer en la grosería o en la procacidad, aspectos que me desagradan y que considero recursos fáciles que a menudo nos presentan como pretendido ejemplo de expresión atrevida y escritura provocativa. Sin ser un poema de amor cortés, no he querido que las formas se desvistieran sin elegancia, así que elegí para ello el verso endecasílabo acentuado en 6ª y 10ª y probé suerte con la construcción en versos blancos, aunque no pude escapar del todo de la tentación de la rima que asoma en algunos versos. Por ello, irónicamente, diría que en lugar de versos blancos lo que he escrito son versos grises. Espero, no obstante, que resulte atractivo y de lectura fácil.

 

Si al nombrar la belleza de tus hombros,
detener la mirada en tu cintura,
ascender a tu boca y a tus besos
en mis manos se enredan las caricias;

si mis labios se posan en tu cuello
y avaros de pasión buscan el tacto
sedientos de la piel de tu garganta,
pórtico de tus pechos, suaves dunas
y en las arenas de mis sueños, risas;

si ya mi rostro hundido en tus contornos
y en el sedoso espacio de tu pubis
eres besos en labios de amapolas
que en alzado placer vuela mi lengua;

ábrete, amor, con todos los sentidos
y en el pulso voraz de los deseos
déjate desatar por la locura
envuelta en sal y miel y mariposas.

Julio G. Alonso

Incorporo esta segunda versión más ortodoxa con la métrica de versos blancos, prescindiendo de las asonancias que había introducido en la primera. Espero, de este modo, satisfacer así también a aquellas personas más exigentes con estos temas; y como no sé qué versión me parece mejor, dejaré ambas.

Salud.