Archivo de 16 de mayo de 2010
La montaña de la mina
La sonrisa rellena un poco la tristeza de su cara
y mira a los ojos de la montaña con la paz gris de sus iris
llenos de madrugada.
Lloran las laderas brumas de lágrimas y faedos
en el camino de la hulla; el trueno
de la dinamita, y el semblante pálido. No sé
si sabrás mantener en su sitio las alfombras,
si las pisadas murmurarán pasos anudados al suelo
o los fogones arderán los carbones de la vida
y los pucheros. Miras
por la ventana con miradas quietas y las manos
quietas, anatomías de luces agrisadas de ceniza y lluvia;
la niebla humedece los cabellos del alba
y tus ojos grises acogen la ausencia ungida del silencio
que te viste. No vendrá
nunca más; por el sendero estrecho del monte
se perdieron sus pisadas. El abrazo gigante
de oso verde y negro te robó su abrazo
en lo obscuro de los carbones de la mina.
Eras bella
ante la muerte y la luz de una mañana
en tus ojos tan grises. Extrañamente bella
ante la sediciosa ambición de la montaña.
González Alonso
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