Infortunio
Ya no sientes el aire que brizaba los negrillos;
languidecen con sarmentosas ramas
en medio de la primavera. Secas, también, sus raíces,
son atalaya de la muerte, frágil clamor de sombras
que la claridad del día desparrama por el suelo.
¡Cómo se resisten a los ojos
estos paisajes de olmos ennegrecidos,
de aullar de perros y lampares temblando su luz
en las tinieblas! Pero si el infortunio entró en la casa
de tu patria, casa de judas y casa
de los justos,
sólo las lágrimas alimentan ya tu aliento.
Díme si acaso no es triste este destino,
si no debería alzar la indignación en apretado puño
o si cabe la ira antes que las palabras,
aún después de entregadas
al imaginario del olvido
y la amarga tarea
de entonar epicedios.
Julio González Alonso
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