Tío Vania.- Antón Chéjov

Tío Vania.- Antón Chéjov

Compañía L’OM IMPREBÍS
Teatro Barakaldo

Tío Vania de A. Chéjov por la compañía L'Om Imprebís

Antón Chéjov sigue teniendo no pocos lectores fieles y su teatro es reclamo de numerosos espectadores como los que ayer tarde nos reunimos en el Teatro Barakaldo para presenciar y seguir con interés la obra Tío Vania, interpretada por el cuadro escénico valenciano L’Om Imprebís.

Tuve ocasión con anterioridad de ver otros montajes teatrales de esta compañía, como las piezas Galileo, de Bertolt Brecht y Calígula, de Albert Camus, de la que se puede leer el comentario. Tres obras, tres autores y tres tratamientos distintos que revelan la plasticidad y variedad de recursos de este elenco de actores y actrices dirigidos  por Santiago Sánchez.

La acción transcurre entre el verano y el otoño de un año de finales del siglo XIX en Rusia. La oportunidad de poder ver Tío Vania en un mes de otoño, aunque anecdótica, refuerza el sentimiento que se revela en el drama de unos personajes envueltos en el aroma de la infelicidad como últimas y maravillosas tristes rosas otoñales, descubriéndose a sí mismos al borde de la nada.

Porque Chéjov nos habla de infelicidad. No de la desgracia sobrevenida por otra razón distinta a la del sentimiento íntimo de fracaso y sacrificio de toda una vida por nada y el desasosiego e inseguridad y sensación de vacío que desencadena este descubrimiento. Para este fin, Chéjov echa mano de un compendio de diversos personajes alrededor de una acomodada familia campesina y nos abre los ojos al modo de entender la vida, las inquietudes y los problemas sociales en la convivencia y relación del campesinado y la burguesía.

En la versión de Santiago Sánchez se subrayan aspectos tan reconocibles en nuestro mundo actual, después de 200 años, como el precedente del ecologismo en la actuación del doctor Astrov salvando bosques y defendiendo el equilibrio de los ecosistemas y del hombre con la Naturaleza ante el inmovilismo del campesinado; el papel de la burguesía, representada por el viejo profesor Serebriakov y su joven esposa Helena o el peso de los valores morales y culturales en las relaciones entre hombres y mujeres. Le seguirán el mismo Tío Vania cuando, desencantado, descubre la inutilidad de sus años de trabajo dedicados a su cuñado, el viejo profesor viudo, y le trastorna el amor por la segunda y  joven esposa  de éste, que a su vez siente una atracción correspondida por el doctor Astrov. En todo este enredo de sentimientos, la buena, trabajadora, pero poco agraciada Sonia, se enfrenta a la realidad de su amor imposible con el doctor. Pero todo va, sin embargo, más allá del amor y sus imposibles. Digamos que la afectividad, reprimida, insatisfecha y sujeta a convencionalismos, es la salsa en la que se dilucida el marco social en el que la felicidad se hace imposible sin arriesgar algo en el cambio de ese opresivo y estrecho marco.

Tío Vania de Antón Chéjov.-Compañía L'Om Imprebís.- El viejo profesor y su joven esposa.

El encuentro de las dos clases sociales mencionadas anteriormente, campesinado y burguesía, en el entorno de la convivencia de los miembros de una misma familia, personal de servicio, el médico y un vecino, se transforma en choque de intereses y forma de entender la existencia, alterando profundamente sus costumbres cotidianas, poniendo en jaque todo su sistema de valores y descubriendo cada uno de ellos su profunda infelicidad. Cuando la burguesía intelectual representada por el viejo profesor propone liquidar el modo de vida campesina vendiendo la hacienda para entrar en el mercado bursátil comprando valores del Estado, todo salta por los aires, se genera un enfrentamiento violento con la rebelión de Tío Vania al que seguirá una reconciliación civilizada y la separación definitiva. Cada cual volverá a su espacio social y sus hábitos sin haberse resuelto a cambiar esencialmente en una resignada vuelta y acomodo a su modo de vida de siempre, aunque con el peso en la conciencia de haber descubierto y aceptado su radical y profunda infelicidad. Porque, entiendo, no se trata de un drama personal de los personajes desposeídos de su pasado y de su futuro en la edad madura, sino de un problema incrustado en la sociedad que exige cambios de estructuras que regulen de manera más libre y democrática las relaciones humanas y el funcionamiento del sistema económico y productivo. Los pequeños cambios personales al estilo de los llevados a cabo por el doctor acabarán por conducir a un cambio social. Pero hay que arriesgarse, hay que actuar, como veía con lucidez el viejo y desahuciado profesor desde la marginalidad de su jubilación.

Pesimismo existencial magistralmente tratado por Antón Chéjov y que L’Om Imprebís pone sobre las tablas con austeridad, vigor, profundidad de la psicología de cada personaje y sin concesiones a lo puramente ornamental ni a efectismos que distraigan del tema. Una buena tarde de teatro, de reflexión, aprendizaje y entretenimiento. Esto es lo que tienen los grandes escritores, que siempre están vigentes y siempre tienen algo más que enseñarnos sin necesidad de aburrirnos o hastiarnos con burdas y vulgares propuestas al uso y abuso como las habituales de las diferentes cadenas televisivas. Que nos dure el teatro.

Salud.

González Alonso

Calígula (Albert Camus). Compañía L’Om Imprebís

Calígula

La oportunidad de haber visto la representación de Calígula en el Teatro Barakalado (Vizcaya) por la compañía L’Om Imprebís,  de la que no cabe hacer más que el mayor de los elogios, me ofrece la ocasión de rememorar mi primer contacto con la obra de A.Camus.

Corrían los años 70 en León. Un año antes, actuando y dirigiendo el grupo escénico de la  Escuela de Magisterio, tuve ocasión de participar también en la formación de otro grupo teatral para el que, a la sazón, propuse el nombre inicial de Experimental Grutélipo y que luego continuaría su andadura como Grutélipo (acrónimo de Grupo Teatral Libre Popular). Fue con este grupo con el que, particicipando en el montaje de Los justos,  alcancé a entrar en contacto con la obra del premio Nóbel.

La obra Los justos, en las postrimerías de la dictadura franquista, la leíamos los jóvenes como un alegato contra dicha dictadura y a favor de la subversión y el enfrentamiento al sistema. La identificación con los ideales del grupo terrorista que protagoniza el atentado que terminará violentamente con la vida del Gran Duque Sergio de Rusia, creo que estaba por encima de la crítica al modo de hacer la revolución, de buscar la justicia y la libertad, que con notable acierto expone  A.Camus.  A mí me correspondió  interpretar en esta obra el papel del joven poeta Kaliayev, encargado de arrojar la primera bomba que acabaría con la vida del gran duque, y el que -en un primer intento- no lo hará,  dejando pasar el carruaje,  porque en el mismo viajaban dos niños que lo acompañaban al teatro.

En Calígula, al igual que En Los justos, aparecerá también la figura del poeta que sufre en sus propias carnes, como el resto de los patricios, la crueldad desmedida del emperador al ordenar el asesinato de su padre,  pero que -aún manteniendo una actitud crítica frente al poder y participando en las conspiraciones para terminar con el autócrata- no justifica la eliminación violenta del mismo y conserva un aprecio por el hombre,  odiando al personaje Calígula. Cuando Calígula perece a manos de los patricios conjurados, el poeta estará lejos.

La debilidad de A.Camus por la poesía le hace, al parecer, concederle el estatuto de protagonista en una revolución de corte humanista de la que descarta la violencia,  la injusticia y el crimen como medios para erradicar la misma violencia, conseguir la justicia y abrazar la libertad.

Además de contraponer a la sociedad corrupta, violenta, ambiciosa y egoista,  la imagen del dictador como el de  su propio rostro reflejado en el espejo de todo lo que representa ejercer el poder sin escrúpulos en beneficio propio o en nombre de ideales justicieros,  A.Camus ahonda en todos los sentimientos humanos como motores de la acción,  tales como el odio, el miedo o el amor, y expone cuál es el resultado al que se llega cuando la motivación de los intereses económicos está por encima de los intereses humanos en una sociedad.

Resulta sorprendente la frescura con que se leen estos textos y se ven en escena -sobre todo si vienen servidos por compañías de la talla de L’Om Imprebís-  los trabajos del premio Nóbel francés de origen argelino,  muerto en accidente de tráfico en 1960 cuando contaba 46 años de edad.  Sorprendente y preocupante por su innegable actualidad.  Pero,  aunque superásemos algunas de las contradicciones expuestas en las que vivimos sumergidos, la obra de Albert Camus ofrecerá siempre elementos para la reflexión y la oportunidad de conocernos mejor y hallar el modo de mejorarnos y mejorar la sociedad.  Por eso, al igual que las grandes tragedias del clasicismo, su obra ya es inmortal.

González Alonso