Ya marchan uncidas al carro de la mañana
con sus mansos ojos, aljófares de miradas sin ira,
anudadas astas al yugo, baja la testuz,
pegada a la tierra rociada del camino
la fuerza musculosa de sus patas.
Ya despliegan sus mugidos lentos como cantos
graves. Volverán envueltas en la tarde
con el alma cargada de hierba y de cansancio
a mirarse en el agua aquietada de los pilones
y hundir los belfos en su fresca y húmeda promesa;
luego la noche,
la larga compañía del silencio de las cuadras.
González Alonso
No parece que este poema requiera más explicación que aquella del motivo de su escritura, que no es sino la evocación de un tiempo de infancia en el cual las vacas formaban parte de los paisajes de la montaña leonesa. Viene a ser, en cierto modo, un pequeño reconocimiento a estos animales domésticos, tranquilos y pacientes que aportaron su trabajo en el campo con dedicación y sin rechistar, amén de ofrecernos sus productos. Tal vez otro de los mundos que tampoco volverán.
El poema «Vacas» está publicado en el libro «Lucernarios» (Ediciones Vitruvio.- Colección Baños del Carmen, nº 599.- Madrid, 2016)
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