Archivo de abril 2011

14
Abr
11

Los delitos del Cañueto (2)

El Cañueto.- imagen del Diario de LeónDespués de releer los cargos imputados al Cañueto, uno se pregunta en qué coño de sociedad estamos viviendo. No hace falta que gaste memoria en traer aquí a banqueros corruptos como Conde, la familia Rumasa, el fallecido Gil, con muertos en Los Ángeles de San Rafael (Segovia), especulador en Marbella y todo su entorno, amo de equipos de fútbol y un largo etcétera que añadir a estos personajes y otros de su calaña. Pasaron por juzgados, pisaron la cárcel de puntillas, a todo lujo y todo tren, y vivieron y viven orondos y felices de sus robos.

Y el Cañueto, bandolero leonés de nuestras Omañas, encerrado por escapar a pie enjuto de la cárcel para, atravesando media España o España entera, llegarse a sus tierras, a la memoria dura de su infancia, castigada por tanta miseria, pero, al fin, su infancia, la única que tuvo y retiene su dura memoria de hombre echado al monte, no puede hacer valer su voluntad. Acusado de fugarse de una cárcel que lo encerró por ser víctima de la necesidad. Pero, ¿no es el primer derecho de cualquier preso el de fugarse? El Cañueto, que lo hizo por lo limpio y sencillo, con la habilidad del hombre gatuno y avisado de las asechanzas del monte, no tiene reconocimiento de su derecho, el mismo que otros ejercen a golpe de talonario con dinero robado a todos para pagar a abogados indeseables y comprar a jueces corruptos.

Le acusan de quedarse dormido debajo de la cama de un feliz matrimonio en cuya casa, además de cobijo, fue a buscar alguna subsistencia. Aparte del susto, más que para condenarlo es como para premiar la delicadeza de esperar la oportunidad de abandonar la casa sin molestar. Si la naturaleza lo traicionó y cayó rendido de sueño atrasado y mal dormido en covachones y descampados, no se lo podemos censurar.

Poseer armas de fuego es otro de los cargos más graves a los que se enfrenta este hombre solitario, con afición a los puros y el humo de sus hojas prensadas, que espera pacientemente en la cárcel de Mansilla de Las Mulas. Ni me molestaré en comentar lo que son las escopetas de caza, incluida la de cañones recortados del Cañueto, y las pistolas. Tampoco nada que decir en manos de quiénes suelen estar y cómo se usan.

No sé si a Salvador se le anublará la vista un día de estos de otoño y el olor de las montañas cercanas le tirará más de lo que se cree. Pero no me extrañaría nada que así fuera. Sólo espero que ese día no le apliquen la vieja ley de fugas y uno o varios disparos por la espalda terminen con este terrible bandolero que jamás disparó a nadie y que dio los sustos justos para conseguir sobrevivir entre las retamas.

Yo les daría a sus perseguidores una escopeta y cuatro cartuchos enmohecidos, una navaja toledana para cortar queso y chorizo, y los echaría al monte a ganarse la vida. ¡A ver si eran capaces de tolerar las noches de lobos y llegar vivos a la primavera!

Pero al Cañueto no le pueden perdonar esto. Y él no puede entender la lógica del asfalto, los grandes robos de los bancos, la impunidad de los grandes empresarios o la especulación de constructores sin escrúpulos. Por eso están dispuestos a matarlo.

Julio G. Alonso

Nota.- Cuando parecía que nos habíamos olvidado de él o que él se había olvidado de nosotros, reaparece a sus 63 años para decirnos que no vuelve a la cárcel, que la vida del monte le tira más que la celda y que hasta aquí hemos llegado con la justicia y el modo de hacer justicia. Un personaje de novela y cine para quien se sienta tentado de escribir o filmar algo interesante. La verdad es que me alegro de que se haya fugado, según noticia del 15 de enero pasado, y espero que pueda terminar sus días en la libertad escogida de los brezales y los riscos. Una verdad discutible, naturalmente, pero que me produce la alegría de sentir que hay personas indómitas y decididas a vivir su vida, aunque no encaje en los moldes establecidos. Sólo espero -eso también- que (como parece haber sido hasta ahora, pese a las decisiones judiciales) no sea a costa de hacer daño o mal a nadie.

Noticia relaccionada:

Tras los pasos del último bandolero. Publicado en la página de Belt Ibérica S.A. en su revista de prensa del 26/01/06 según fuentes del Diario de León de 18/01/06

09
Abr
11

El Cañueto.- El bandolero de La Omaña (León) – (1)

El Cañueto.- Foto: Diario de León

El último bandolero leonés conocido fue Benito Perales que allá por 1908 y con sólo 16 años consiguió el título de el rey de los Picos de Europa. Su amistad con pastores y el respeto ganado entre las gentes de los caseríos de la zona con los que compartía anís, chocolate y golosinas, no le evitaron un final trágico a manos de un grupo de cazadores que abandonaron su cadáver entre las paredes de la cárcava en la que le dieron muerte y donde todavía -aseguran- pueden verse sus restos.

Conmueven estas historias del romanticismo de los bandoleros que en los siglos XVIII y XIX cobraron gran protagonismo en gran parte de España. Gente tirada al monte, ágiles y astutos, que robaban para sobrevivir y para compartir, en muchas ocasiones, con los más pobres el fruto de sus fechorías.

Pero el caso es que estos días nos ha asaltado la noticia de la detención de El Cañueto, el llamado bandolero de la Omaña. Y a uno, de repente, se le para la respiración. Al bandolero leonés de Marrubio, allá en la Cabrera, se le vio perderse en el monte cuando apenas rondaba los 12 años de edad; luego volvería para ser pastor ejemplar y de confianza, hasta que la vida que todo lo enreda le empujara de nuevo a la soledad de las montañas, plantándole cara a los lobos y a los mordiscos del frío y las noches de los inviernos, con tres dedos menos en su mano izquierda que un explosivo traidor le arrancara siendo niño.

El Cañueto conoció varias veces la cárcel en diferentes puntos de España, que se anduvo a pie, siguiendo cañadas, veredas y vericuetos desde Cádiz a León, cuando escapó del último encarcelamiento en aquella ciudad. Se le ha visto en Palencia, en Burgos y otros puntos de nuestra geografía; pero fiel a sus raíces se volvió a sus montañas con su escopeta de cañones recortados para conseguir mantas, alimentos, ropa y todo lo que le ayudara en su vida huidiza y solitaria. No mató a nadie, que al igual que la mayoría de los bandoleros, su idea no era ir contra la vida de las personas, sino conseguir de sus haciendas lo necesario a su subsistencia.

A Salvador Cañueto, el Cañueto, le gustaba contar estrellas en las noches profundas del verano y, al igual que su antecesor el Perales, sentía debilidad por los mazapanes, el anís y las galletas. La Guardía Civil tenía registrado este dato entre las características de su modus operandi; el robo de mazapanes, galletas y anís, marcaba la firma del Cañueto y señalaba su paso.

El otro día, una perra llamada la Chispina lo encontró a orillas del río Duerna. Detrás de la perra venía su dueño, un ex guardia civil que reconoció al Cañueto. La curiosidad de la Chispina olfateando y viendo a aquel hombre con olor a monte, a lobos y a soledad, debió de ser enorme. Enorme y confiada, porque se le acercó para sacarlo de su escondite a la luz, sin temor a la escopeta de cañones recortados del Cañueto ni a su fama de bandolero, cuya última morada fue el viejo molino de Ribas.

Dicen que estamos bien entrado el siglo XXI, pero este leonés de la Cabrera nos ha recordado algo que tiene que ver con el romanticismo de finales del XVIII y casi todo el siglo XIX, y sobre todo, con algo más profundo y ancestral que nos habla de la condición humana, de la libertad y del valor de la vida. Algo del Cañueto que todos llevamos dentro, se nos ha perdido tras su detención, el mal paso del cansancio, la necesidad, la casualidad… y la curiosidad canina de la Chispina.

Julio G. Alonso

01
Abr
11

Cementerio de pájaros

.
Amanecen
revuelos
de pájaros; aquellos, los mismos que anidaron
años de pantalones cortos y vestidos con lazos
perfumados
de las misas de domingo, torres
de campanario,
hoyos de guá en juegos de canicas;
aquellos
que alzaron en los picos
la extenuada soledad
de la memoria
de la infancia y me pregunto
dónde abandonaron sus alas el aire,
en qué rincón murieron
y dejaron el último latido temblando entre las plumas
de la breve primavera.

Retornan
vuelos
de pájaros –los que cruzaron atrevidos cielos
de juventud-
a la extremada nostalgia del recuerdo,
soles de veranos,
cuerpos abrazados
y amarilla miel en las colmenas
de los besos. ¿Y en qué lugar
murieron? ¿Quién los vio la última vez?
¿A dónde fueron?

Volaron
los pájaros
y multiplicaron
el clamor de sus cantos en los nidos de otoño; ¿pero dónde
dejaron
el batir frenético de sus alas? ¿Dónde
murieron todos?

Y miro
hoy
los pájaros
en revuelos ruidosos en mi torno; tal vez –me digo-
aquellos, los mismos que me digan
a qué lugar
conduce
el leve último vuelo
de los días
de invierno.

Julio G. Alonso
 
Nota.-Poema publicado en la Antología de Poemas Alaire (enero, 2008) y traducido al rumano por Andrei Langa en OAZA DE CUVINTE
Traducido al portugués por Tania Alegría en el cuaderno de Ana Muela Sopeña, Um Oásis de Palavras: Cemitério de Pássaros



abril 2011
L M X J V S D
 123
45678910
11121314151617
18192021222324
252627282930  

Archivos

Traductor / Translator

Categorías

Páginas

Escribe tu dirección de correo electrónico para suscribirte a este cuaderno, y recibir notificaciones de nuevos mensajes por correo.

Únete a otros 1.029 suscriptores

Estadísticas

  • 353.538 visitas

Comunidad de lecturas