Ya no llegan de Siria los aromas de incienso
ni el árbol de la mirra llora ya sus resinas;
fértil la cultura antigua corre orillas del Eúfrates
y se desangra próspera de historia y conocimientos.
¡Cómo alcanza la muerte a grabar en los cobres
de las almas su sello, cómo corre la guerra
oscureciendo los días y en los ojos
la mirada es espanto!
¡Ay, la ciudad del jazmín yace ahora desolada
sobre las ruinas, la sal de las lágrimas
y las vidas!
Ya no mecen las brisas del Mediterráneo los sueños
de los niños, ni a los labios de las mujeres llegan los cantos
de la risa; sus corazones descansan
sobre un jardín de pólvora.
Hoy sabes
que ha llegado para quedarse la tristeza,
el exilio, la angustia, el miedo en las entrañas;
los campos yermos dejan pasar el viento
de los sirios que huyen
sin mirar atrás.
Damasco se ha sumado
a las ciudades que arden.
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González Alonso
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