Cinco dedos apuntan a la desesperación, los ángeles
abandonaron la madrugada
y el hombre ya no entiende la luz
del día, el hombre ya no respira el aire
de la mañana, el hombre sólo es sombra
y sólo es hombre.
Cinco dedos apretados en la culata, el cañón
en la sien, y los sueños a la deriva de un mar
agitado de olas amargas.
Acodado sobre la mesa de roble mira la pared
blanca; él se sabe en el último minuto
arrojado del paraíso, sujeto su destino
a la derrota de la vida. No llora ni murmura
ni alza su pensamiento del brumoso vacío,
y mientras cierra los ojos
el proyectil recorre silencioso el trayecto de la muerte.
Los ángeles no vieron. Un estallido de recuerdos rotos
liberados. Un pesado lastre de deseos.
Cinco dedos reposan sobre un arma, la cabeza
sobre la mesa, la pared blanca. El hombre
abandonó ligero la mañana y fue titular
del día en los periódicos
que él nunca leía.
González Alonso
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