
La visita
Me visitó el poeta con sus cosas cotidianas,
carente de encanto,
buscándose a sí mismo con sonrisas
y muecas y palabras vacías
en un desierto estéril de emociones,
anodino y mediocre con sus citas
de frases hechas y erudición casposa
ante la taza de café
y el péndulo
monótono
de las horas tediosas de la tarde.
Me visitó el poeta, abrió su boca
y habló de sus versos;
cerró su boca
y pensaba en sus versos
y sus versos le perseguían como fantasmas
y nada había más allá de sus versos
y se miraba en ellos como en un espejo
de agua.
Me visitó el poeta
y descubrí al pobre hombre de la calle
de una ciudad cualquiera
abrumado
por su destino de poeta.
Me invitó a su casa el hombre
con sus problemas domésticos diarios
y su música de jazz y el desgarro de los tangos
en los viejos discos de vinilo; miraba con lentitud
el aire de la alcoba; me ofreció
vino y preguntó qué tal me iba,
que a él las cosas mal, pero aguantaba
y sonreía. Detrás
de sus ojos bulle el mundo y la memoria
y el hombre con sus cosas
extraordinarias.
Me visitó el hombre
y descubrí al poeta. Ahora
todo está bien y abro los libros
por las páginas del ruido de las calles
y la alegría bulliciosa
y los sueños adolescentes y las sonrisas
de las muchachas que aman en primavera.
González Alonso

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