La ceniza
Fue un invierno largo de paraguas secos
y días nublados; un sinvivir de noticias sobre los gobiernos
de las naciones. Fue, lo recuerdo, imágenes de olas
con sus muertos en las arenas de las playas
y un eco sordo de millones de pisadas hacia algún lugar
lejos de la guerra. Damasco
ardía.
Delante de toda la angustia los gladiolos florecieron en enero
como la sonrisa triste de una primavera
llegada a destiempo. Incendiadas las ciudades
de Oriente
Europa se poblaba de penas, el vestido
de la tragedia
que les queda
a los refugiados.
Fue un invierno de fuegos en los montes
y viento sur, de políticos conspirando para trazar
nuevas fronteras; invierno de preguntarse qué pasa
y por qué pasa; de bofetadas de hambre
y miedo en los huesos y el peso de la historia
escribiendo páginas repetidas.
¡Qué hacer! Fue un invierno
que dejó su frío desesperado en los corazones
como deja la muerte
su beso en los ojos de los que huyen, y sin mirar atrás
entregan su aliento al horizonte de la esperanza,
esa ave que vuela confundida
el azul interminable, infinito
de distancias.
Las urnas de los votos son urnas funerarias
en las que caben los sueños
y las cenizas de las promesas.
González Alonso
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