JOSÉ SARAMAGO, el escritor portugués

A pocas horas del día 18 de junio del año 2010, José Saramago nos entregó toda su vida y su obra, yéndose discretamente, lúcido y -presumo- con la entereza de su honestidad como hombre y como escritor universal. Todo esto carece de relevancia. La muerte es una cita inexcusable; lamentarla es ejercicio inútil, celebrarla es algo estúpido. Lo relevante es el hombre que nos queda para siempre en los pensamientos, las ideas, los sentimientos y las pasiones reveladas en cada una de sus palabras. Lo fundamental es la luz de su inteligencia, que permanecerá encendida en cada uno de sus artículos, poemas y novelas.
José Saramago, portugués de raíz, de hondo amor a su tierra, auténtico, completo, tuvo la entereza moral de mantener la coherencia de su pensamiento plantándose ante la servidumbre del poder cuando las autoridades lusas impiden su presentación al Premio Literario Europeo de 1991 tras la publicación de la novela El Evangelio según Jesucristo porque, según el gobierno, ofendía a los católicos, y se traslada a la isla de Lanzarote (Islas Canarias, España) en un autoexilio que se prolongará por más de veinte años hasta su muerte.
Es y será para siempre José Saramago, el portugués, también en gran parte español convencido de que Portugal y España se merecen una a la otra, proclamando alguna vez incluso la conveniencia de la unión política de ambos países, para asombro de todos, españoles y portugueses. Porque José Saramago no sólo vio, sino que entendió con claridad meridiana el alma ibérica de los pueblos que conforman la realidad cultural en la que vivimos muy por encima de las diferencias de idioma y los prejuicios interesados de los nacionalismos peninsulares.
El autor del Ensayo sobre la ceguera, Premio Nobel (8 de octubre de 1998) por esta misma obra y escritor reconocido con otros numerosos premios y por universidades de todo el mundo, comunista y participante en la Revolución de los Claveles de 1974, nos deja abierta a la luz de la Literatura sus trabajos desde un silencio próximo, respetuoso, y vuelve a su tierra lusa y se queda en su tierra española para siempre, aventándose a todo el mundo sus palabras de hondura humana y clara inteligencia. No se puede decir más, sino que aquí está.
González Alonso





Dulcinea es, en el marco de las creencias de don Quijote, una necesidad. Serafín Vegas, en El Quijote desde la reivindicación de la racionalidad, insiste en lo subrayado anteriormente demostrando que don Quijote, en su búsqueda de un mundo más justo y mejor ordenado, se ve obligado a seguir fielmente los dictados de los ejemplos de los antiguos caballeros andantes, entre los cuales está el ser caballero enamorado de “la más alta princesa del mundo”, y don Quijote, al investir a su dama de los adornos y más altas virtudes, no lo hace porque lo desee de manera subjetiva, sino que le viene determinado por una exigencia objetiva de racionalidad que hace que la creencia en Dulcinea “se convierta en motor de lo mejor que don Quijote pueda y deba racionalmente hacer”. 

queda subrayar la impecable, pulcra y a la vez rica interpretación de la Orquesta Sinfónica de Galicia dirigida de manera segura y acertada por Dima Slobodeniouk. Creo que, con rigor y de forma creativa, el conjunto orquestal gallego supo transmitir la música de Stravinsky compuesta para el ballet “El pájaro de fuego”. 
Compañía Teatro Defondo
La “Alicia en el País de las Maravillas”, de Lewis Carroll (1865), se recrea en esta otra “Alicia después de Alicia” del grupo teatral Kabia para proyectarnos y lanzarnos a través del mundo onírico y el real de una persona hecha personaje por su experiencia vital y el entorno familiar.
Pero lo peor es descubrir que, cuando al fin se hace realidad un sueño, la felicidad no nos espera detrás de él; y aún peor, descubrir que ese sueño no era realmente nuestro, como Alicia descubre que solamente era el sueño de su madre: verla crecer y hacerse artista, virtuosa del violín, triunfando y poniendo a sus pies el mundo sobre el que reinar.