Museo Guggenheim de Bilbao

edificio-tulipanes-guggenheim-bilbao-museoaGUGGENHEIM  BILBAO
05/03/2024

Hoy he vuelto al Guggenheim. Lo hago regularmente desde su inauguración en 1997 cuando me hice el carné de Amigos del Museo y el pago anual de la cuota me permite visitarlo en todas las ocasiones que lo desee. En su momento me pareció una excelente oportunidad de disfrutar y aprender de arte moderno y actual. La ocasión de tener tan a mano un museo tan prestigioso en una ciudad como Bilbao, no podía ser ignorada. Así que, armado de las mejores intenciones y la mejor voluntad y predisposición, comencé mi incursión museística intentando no perderme casi nada de cuanto se inaugurara.

Y así he llegado hasta hoy, con todas las intenciones intactas y la voluntad dispuesta para aprender, disfrutar, sentir y tal vez comprender algo del arte pictórico y escultórico, principalmente.

GUGENEl Museo Guggenheim es, en sí, una caja mágica de retorcida y barroca arquitectura que abre espacios inconcebibles a la luz que reflejan las miles de placas de titanio que lo recubren. Cada rincón es una sorpresa capaz de acoger una bella obra de arte o toda una colección. La cosa prometía, y la experiencia no podía ser más tentadora.

Pero han transcurrido los años, rápidos o desesperadamente lentos según se mire, y hoy he hecho balance de todas mis visitas. Siempre hago lo mismo, bajar las insufribles escaleras hasta la entrada principal, subir a la tercera planta para, según las salas abiertas, ir recorriéndolo todo y, bajando por las escaleras mientras me detengo un momento para recrearme con las vistas al exterior de la ría, terminar encontrándome de nuevo ante la salida por la tienda del museo de la planta baja. Y hoy no ha sido diferente.

El problema es que hoy no he resistido el impulso de decirlo. Porque resulta que ni he aprendido nada, ni me gustó nada, nada he comprendido y –lo peor de todo- no he sentido nada. Ni sorpresa, ni emoción. Y conste, repito, que no me he presionado a mí mismo intentando alcanzar a entender, que miraba con interés cada obra y prestaba atención a lo expuesto. Pero imposible. Unas veces leía las sesudas y cultas elucubraciones sobre el autor y las motivaciones de su proceso creativo, el alcance y profundidad de su arte, las guggsummer2018_encounter050revelaciones que nos hacía y el significado preclaro de su obra. Y yo solamente veía un cuadrado más o menos grande pintado de un negro impecable con una raspadura blanca, o pincelada, en su ángulo inferior izquierdo. Otras veces la lectura la hacía tras detenerme ante el cuadro sin acertar a adivinar ni una sola de las buenas intenciones del autor y los logros plasmados en el cúmulo de chatarra y trozos de coche reunidos en un amasijo y colgados en la pared como si fuera un reloj de péndulo parado. Eso sí, me quedó claro que ni el autor mismo sabía lo que significaba y que no hubo una idea previa para juntar todas aquellas latas; simplemente se dejó llevar hasta que sintió que todo estaba donde debía estar. Genial. Y en el resto de las ocasiones pasé ante las obras prescindiendo de leer los comentarios informativos y supuestamente críticos sobre lo que veía. Sigue leyendo